A una lavandera de Santiago

Mi prima que vivía de su artesa
se me murió de muerta repentina:
le partieron de un golpe la cabeza
con la culata de una carabina.
Desde el abismo de su cráneo abierto
suben gritos y cantos fraternales,
entran en cado vivo, en cado muerto,
y empiezan a temblar los generales.
La ropa sucia no se lava en casa
cuando la manchan sangres tan enormes
que van de lavatorio en lavatorio.
Un regimiento de manchados pasa.
Y no podrá limpiar sus uniformes
ni el mismo purgador del Purgatorio.  

—Oscar Hahn

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Los Poetas y al General

Los libros sin espinas